jueves, 9 de febrero de 2012

Diez consejos al azar
DECÁLOGO DEL IMPERFECTO CUENTISTA (Y AFINES)


I
A aquella máxima de que un escritor es antes que nada un buen lector, habría que agregar que el escritor debe ser, además, un buen crítico. Aquel que tome como un dogma incuestionable todo lo que lleve la firma de un consagrado, nunca será en verdad un buen lector, y mucho menos un escritor.

II
Reconocer que para ser escritor lo primero y lo último es escribir. Fijarse un plan que permita hacerlo al menos cinco días a la semana, de manera metódica. Como en cualquier actividad la teoría es muy importante, pero la práctica es fundamental. Nadie aprende a andar en bicicleta hasta no subirse a una.

III
Tener muy claro que pese a todos los reconocimientos, premios, y halagos que puedan llegar, el escritor nunca debe enamorarse de su propia obra. Por el contrario, le corresponde al escritor la responsabilidad de constituirse en su principal y más implacable crítico.
Saber que aun cuando el hecho de hacer literatura suele rodearse de cierto prestigio, se trata de un oficio como cualquier otro.

IV
Excepto a la hora sagrada de escribir, nunca perder contacto con el mundo. Entender que el escritor es un ser social, y que ambos –Jekyll y Hyde– comparten una historia en construcción. El texto puede esperar, la aventura de la vida, no. El escritor que se obsesione con su oficio, más allá de un razonable horario de labor, se perderá lo mejor de la existencia, además de correr el serio riesgo de fracasar en su intento, a causa del excesivo aislamiento. (Este consejo es doblemente válido para nuestro país, donde muy rara vez los escritores viven de lo que hacen).
Paralelamente, sin que esto signifique una contradicción con lo anterior, no ir a ninguna parte, ni siquiera a dormir o a bañarse, sin la compañía de un bolígrafo y una hoja de papel. Nunca se sabe en qué momento una frase, una historia, y hasta un sueño, pueden pasar volando frente a uno.

V
En buena medida, el escritor es un ser que recuerda mal los hechos. Esa cualidad hará que cuanto más se aleje de la anécdota o idea de la cual pretende partir, más cerca se encontrará de ella, literariamente hablando. El mero cronista, que ingenuamente se limita a transcribir lo que ve o cree ver, hará que sus pasos devuelvan a la Tierra su antigua condición de cuerpo plano.

VI
Jamás atribuirle al tema elegido la imposibilidad de desarrollar un texto. Tener como una verdad revelada que no hay temas buenos o malos, ni temas agotados, y que en literatura todo depende, exclusivamente, de la mirada.

VII
Para escribir, establecerse en un lugar físico lo más aislado posible, lejos de teléfonos y televisores, a fin de poder abordar la tarea sin distracciones. Generar un ambiente propicio para la creación (por ejemplo, escuchar música clásica, jazz, o el estilo que realmente le agrade).

VIII
Escribir como si se estuviera enfocando la vista en el punto del horizonte que más le guste, evitando que el lector abstracto y el concreto se crucen de manera inoportuna por delante del papel en blanco.

IX
Pese a que no se le da importancia, es indispensable la actividad física en un escritor. Así como un ajedrecista se entrena físicamente para estar seis o más horas frente a un tablero, el escritor debe prepararse para enfrentar –además de a sus propios demonios– a ese rival que tomará la forma de una computadora, una máquina de escribir, una inocente cuadernola.

X
Asumir que escribir es condenarse de por vida a una importante porción de soledad. Pero saber también que de alguna manera, a partir de esa soledad, el escritor empieza a acompañarse de toda la humanidad, y que gracias a ello siempre estará retornando al mundo con una capacidad de asombro renovada. Quien quiera estar al tanto de lo que se siente al volar, que utilice un Ala Delta o el oficio de escritor.




Publicado en VOCES DEL FRENTE, N° 160, 10 de abril de 2008.

gustavoesmoris@gmail.com

No hay comentarios: